Los débiles, los fuertes y la amenaza a la libertad de prensa
Por esos azares del calendario aproveché para salir de Buenos Aires y sumergirme en un lugar sin acceso a ningún medio de comunicación ni a cualquier tipo de conexión a Internet. Permanecí ajeno, por unos días, a las vicisitudes argentinas sin conocer qué último acontecimiento vendría a conmover, como cada semana, la escena política. Mientras manejaba de regreso me encontré con un bombardeo informativo que tenía como principal eje “la amenaza a la libertad de prensa y de expresión” y como víctima propiciatoria al Grupo Clarín. De la noche a la mañana, la Argentina se convirtió en un país antidemocrático gobernado por ideólogos chavistas (nuevo demonio de época) dispuestos a cercenar todo tipo de derechos y a envilecer la vida republicana de un modo equivalente a como lo había hecho la dictadura 35 años atrás (¡qué paradoja que muchos de los que opinaban de esa manera fueron cómplices del horror de aquellos años a través de diarios y revistas que jamás revisaron su actuación ni ejercieron la crítica de sus actos!); así lo vociferaban a coro los periodistas “independientes” de la corporación, a los que se les agregaron otros escribas de empresas aledañas y, claro, la mayor parte del arco opositor que encontró en Pino Solanas a uno de sus voceros más bizarros que, por las dudas y sin estar siquiera informado de lo que había sucedido, se apresuró a defender al Grupo Clarín y a denostar al Gobierno responsabilizándolo por el avance cuantioso de las hordas censoras. Confieso, estimado lector, que por un instante creía que la gente de la revista Barcelona estaba transmitiendo en cadena nacional y que todo era una gran broma. Tanta hipocresía, tanto gesto rastrero de periodistas y de políticos opositores –e incluso de algunos que son aliados del kirchnerismo desde sus provincias pero que juegan el juego que más les conviene– me parecía absurdo, una suerte de comedia o de farsa donde cada uno de los actores sobreactúa su papel. Pero no, la realidad, a veces, es más grotesca que la ficción y allí nos encontramos, una vez más, con la mayor corporación mediática del país victimizándose tal vez ayudada por los justos reclamos de un grupo de delegados y trabajadores de una de sus empresas que no eligieron el método más inteligente a la hora de dirimir con el monopolio que, eso parece, los estaba esperando con las fauces abiertas y listo para desplegar la ofensiva antigubernamental que encontró su momento antológico en esa página en blanco de la edición del lunes 28.
Antes siquiera de enterarme de que nuestra querida Argentina estaba entrando en “la noche de la censura” (¡justo un par de días después de las multitudinarias marchas que en todo el país se realizaron para recordar otro 24 de marzo!), estaba escribiendo mi artículo de todas las semanas ya suficientemente entretenido con los acontecimientos de Catamarca, del exhorto suizo, de la respuesta intempestiva de Moyano, de la exigencia para que se cumpla la ley en el caso escandaloso de los hijos adoptivos (¿apropiados?) de Herrera de Noble, de la conjura para debilitar a Cristina a través de enfrentarla con la CGT, de la caída en picada de Das Neves y del fraude chubutense. Por eso prefiero darle al lector lo que previamente estaba escribiendo sobre lo que venía sucediendo antes de esta nueva operación de la corporación mediática que se desespera frente la inoperancia de la oposición y el crecimiento exponencial de la figura presidencial. ¿Cuántas tapas en blanco nos esperan, a los argentinos, hasta octubre? ¿Cuánta canallada puede resistir la imaginación nacional sin que estallen las últimas neuronas que les quedan a nuestros periodistas “independientes” y a muchos políticos opositores? ¿Hasta cuándo tanta defensa rastrera del monopolio? En fin, ahí va lo que con cierta ingenuidad escribí antes de enterarme de que nada era como yo creía en el país y que las palabras y las opiniones de todos podían caer en las garras de la censura y de la falta de libertad de expresión.
Antes de empezar marzo la corporación mediática, a través de sus periodistas “independientes”, anticipaba un espectacular inicio electoral signado por sendos triunfos en Catamarca y en Chubut. Ese sería el punto de partida de una ofensiva capaz de sacar del marasmo a una oposición que languidecía en medio de su incapacidad para constituirse en factor de triunfo contra un gobierno nacional que seguía avanzando en reconocimiento social y en imagen de la Presidenta. El desconcierto de una oposición convertida en una suerte de tienda de los milagros en la que cada cual atendía su juego era proporcional al crecimiento del kirchnerismo que, impulsado por la fuerza conmovedora que se desplegó a partir de la muerte de Néstor Kirchner y que se prolongó en el crecimiento sostenido de la economía y en la consolidación de Cristina Fernández como garante de la continuidad de un proyecto capaz de atravesar con solvencia la ausencia de su principal referente, se preparó para caminar con mucha seguridad y con bríos renovados hacia la contienda electoral de octubre. La pesadilla iba encarnando bajo los peores augurios, esos que presagiaban no sólo el acrecentamiento de la ventaja oficialista sino, más grave todavía, la fragmentación de una oposición tartamuda y sin capacidad de transmitirle absolutamente nada a la sociedad.
Creyeron, estaban convencidos, de que adelantando las elecciones en dos provincias “seguras”, de esas en las que no se podía perder, podrían, quizá, revertir la tendencia derrotista que embargaba a la derecha y que no podía ni siquiera ser ocultada por los grandes medios de comunicación. Buscaron, con desesperación, catapultar a dirigentes, cada vez más pequeños a los ojos de la opinión pública, a un lugar expectante que encontrara un renovado impulso en los descontados triunfos de Catamarca y Chubut.
Primero fue el baldazo de agua fría que dejó congelados a los referentes nacionales del radicalismo que viajaron especialmente para festejar junto con el gobernador Brizuela del Moral lo que era un triunfo seguro. El pequeño señor Cobos, cada vez más pequeño y añorando los días, para él inolvidables, del voto no positivo, se tomó un avión creyendo que llegaba a una fiesta que terminó siendo un velorio al que concurrió en compañía del otro candidato mendocino que se hizo famoso por aquella frase tan sensible hacia la vida popular en la que afirmaba, suelto de cuerpo, que “la asignación universal había servido para multiplicar el consumo de paco y el negocio de los bingos”. El hijo de su padre, el clon de Alfonsín, fue más astuto y mandó a Gil Lavedra para participar de lo que todos descontaban como un triunfo irrefutable y contundente. Absolutamente desconcertados, los inoxidables dirigentes radicales regresaron cabizbajos y refunfuñando contra la mala suerte.
Después, y casi sin anestesia, fue el bochorno chubutense. Un mes atrás el candidato de Mario Das Neves le llevaba más de 20 puntos en intención de votos al referente del Frente para la Victoria. Todo estaba preparado para un paseo triunfal que catapultaría al gobernador de Chubut hacia un lugar privilegiado en la lucha por la presidencia dentro de esa otra tienda de los milagros, con características propias y desopilantes, que es el peronismo federal. Desde un primer momento, y apenas se cerraron los comicios, el tufillo a fraude, la percepción de una operación destinada a favorecer al delfín de Das Neves pasó de ser una vaga inquietud a transformarse en una certeza irrefutable. Con el paso de los días, y mientras escribo este artículo, la diferencia entre Buzzi y Eliceche se va acortando dramáticamente anticipando lo que será una derrota terminal para las ambiciones de otro pequeño exponente de la política argentina como demostró serlo Das Neves. Del fraude, eso parece ser un dato de la democracia que hemos sabido construir en estos años, no se vuelve. Felipe Solá y Francisco de Narváez también se tomaron un avión cuyo destino final, al igual que el que se tomaron antes Cobos y Sanz, no sería otro que permitirles llegar al velorio de uno de sus aliados.
Mientras esto ocurría con los sueños triunfalistas de una oposición desconcertada y malherida, la corporación mediática se ocupó de distraer la atención de la opinión pública arrojando la bomba de un supuesto enfrentamiento entre Hugo Moyano y el gobierno nacional. Amplificando ad nauseam el famoso exhorto proveniente del país de Guillermo Tell, manipulando lo que decía y cómo lo decía, se lanzaron de lleno a enfurecer al dirigente camionero que, eso hay que decirlo, tuvo el tino de corregir lo que en un principio no fue otra cosa que una sobreactuación que no se correspondía con la realidad de lo sucedido y que parecía equivocar al destinatario de su furia. Tampoco fue casual que el affaire Moyano estallara al mismo tiempo que la respuesta dada por los tribunales para que los hijos adoptivos de la señora Herrera de Noble se hicieran finalmente los eternamente postergados y manoseados análisis de ADN en el Banco Nacional de Datos Genéticos. El Grupo Clarín, como en otras ocasiones, buscó desviar la atención y no encontró mejor argumento que el que le ofrecía tanto el famoso exhorto como la respuesta intempestiva que, en un primer momento, dieron Moyano y la dirigencia cegetista. Seguramente en los próximos días, y ya avejentada la telenovela suiza, nos encontraremos con alguna otra noticia espectacular que vendrá a cubrir lo que será la impresentable e irrefutable comprobación del fraude en Chubut que, tal vez, concluya con el triunfo del candidato del Frente para la Victoria.
Apenas unos pocos días bastaron para volver a poner al desnudo el funcionamiento de la corporación mediática, el modo como construye su estrategia conspirativa y la persistente incapacidad para frenar el camino ascendente de Cristina hacia octubre. Pero también sirvió para mostrar la manera como funciona cierta oposición que no duda en romper las reglas más elementales de la democracia mientras sigue hablando de virtud republicana y de mejorar la calidad de nuestras instituciones. El fiasco de los radicales en Catamarca y la vergüenza del peronismo federal en Chubut no dejan de poner blanco sobre negro la realidad de un país que se merecería una oposición a la altura de las circunstancias. Tal vez si dejaran de ser correa de transmisión de intereses corporativos, si pudieran abandonar su condición de títeres que se mueven al compás de los deseos de los grandes medios de comunicación, estarían en condiciones, al menos, de dar una pelea más digna.
Estimado lector, le doy mi palabra de que lo que acaba de leer fue escrito sin tener conocimiento alguno del bloqueo a la planta donde se edita el Gran Diario Argentino. No sospechaba que, en el viaje de regreso, me iba a encontrar con tamaña injusticia ni con tan colosal amenaza a las instituciones de la República de parte de un grupo de delegados y trabajadores apadrinados, desde las sombras, por un gobierno que se parece, así lo escuchaba en boca de un amplio arco de opositores y de periodistas “independientes”, a la dictadura. Como le respondió el inefable Jorge Lanata a Ernesto Tenembaum en un reportaje antológico, siempre se trata de ponerse a favor del más débil que, como todo el mundo sabe, no son los trabajadores despedidos y sus familias sino el virtuoso y democrático Grupo Clarín. A mí me bastó un fin de semana para darme cuenta de quiénes son los débiles y amenazados en nuestro atribulado país. Lo demás son infundios y adocenados intentos de impedir que circule libremente la palabra y la imagen. Para defendernos están, ahora sí, los editores de Clarín y La Nación y la mayor y más prestigiosa organización destinada a proteger a las sociedades democráticas contra el avance de los populismos sobre la libertad de prensa: la SIP.
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