Acercamos reflexión de Erico Westergaard, desde las sierras cordobesas.
Con la creación del Ministerio del ramo, el Gobierno nacional ha dado un paso trascendente para el futuro de la actividad turística. Si bien los fundamentos apuntan a un reconocimiento del mayor volumen alcanzado a partir del año 2003, a nadie puede escapar la importancia estratégica de contar con una estructura institucional de la magnitud anunciada, para atender las complejidades que Turismo presenta. Abandonar la estrechez funcional de una Secretaría invita a imaginar una etapa superadora del mero esfuerzo por convocar visitantes. La iniciativa sectorial la presumimos enmarcada en la necesidad global de darle contenido a la caracterización de un proyecto popular que se atreve a cuestionar cada vez con mayor solvencia las pautas económico-sociales cuya fragilidad hoy abruma al mundo desarrollado. Hasta ahora venimos asistiendo a las vicisitudes de esquemas productivos turísticos que recogen acabadamente la filosofía noventista del derrame y cuyas consecuencias se expresaron dramáticamente en los cruentos episodios de San Carlos de Bariloche. Más allá de alguna inclinación a buscar respuestas en los perfiles racistas de quienes detentan el poder local, o reducir el conflicto a la degradación judicial y policial, puede sostenerse que ninguna de estas aristas oprobiosas prosperarían sin el sustrato tan marcado de inequidad en la distribución de la riqueza que genera esta industria. Las particularidades que la informan ameritan buscar metodologías en su abordaje que dejen atrás, definitivamente, la ligereza e improvisación. Resortes o instrumentos aptos en otros órdenes como las paritarias a fines de elevar la participación de los trabajadores en los resultados empresariales, aquí no operan o lo hacen relativamente por el sesgo temporario de la relación laboral.
Tampoco puede pensarse en la herramienta de los micro-emprendimientos que, en un panorama tan monopolizador de oportunidades, llevan en su génesis la simiente del fracaso y la exclusión. Sí podemos detenernos en la aspiración de una presencia del Estado que en lo tributario encuentre formatos de armonización que permitan, junto a medidas de promoción democratizadoras del crédito, desarrollar programas de inclusión de las mayorías en los mismos escenarios en que hoy reinan las fuerzas del privilegio. Para darle más claridad al concepto hay que recordar que la fuerza motora en este rubro son los servicios –transportación, alojamiento, alimentos, recreación- y que el terreno donde se recauda por ellos está predeterminado en gran medida. Con brevísima capacitación puede accederse a prestar aquéllos pero hacerlo en lugares expectables -de masiva demanda- precisa de una decisión política que lo facilite. Esto de ninguna manera significa licuar la potencialidad tenida en cuenta por quienes invierten en los mejores sitios, sino abrir el juego para que se exprese la creatividad multiplicadora. Estamos hablando de cambios de paradigmas lo que debiera incluir modificaciones curriculares. Además de las escuelas que preparen servidores hay que abrir otras en las que el alumnado se aboque a recrear los pilares sobre los que está asentada la actividad, para que nuestros jóvenes dejen de contribuir al ejército de mano de obra disponible y pasen a ser protagonistas de una construcción más justa y contenedora que haga referencia al nuevo signo político que hoy transita nuestro país y Latinoamérica. En fin, la decisión presidencial tiene, una vez más, el tono de lo fundacional y oportuno en el sentido de las expectativas por seguir transitando el camino propio, ese que nos hace dueños de nuestro porvenir.
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