Difundimos una nota del compañero Aurelio Argañaraz publicada en el diario Comercio y Justicia de Córdoba (08/07/2010). La misma expresa claramente la posición del autor y compañeros frente a la coyuntura analizando las declaraciones de Cafiero, posición que compartimos desde Iniciativa Popular.
El martes 22 de junio, el diario Página 12 publicó una nota de Antonio Cafiero, en la que éste sostiene que el peronismo debe buscar la unidad, ante las futuras elecciones de 2011, sin “consagrar la postura de que es preferible arriesgar todo antes que buscar acuerdos”. Para despejar la duda de que postula un acuerdo carente de principios, fundamenta: “Es mucho más lo que la mayoría de los peronistas tenemos en común que lo que nos diferencia”. Esto sería obvio, considerando la premisa de que “la mayor parte de los peronistas adherimos a los ideales de soberanía política, independencia económica y justicia social, que no son de izquierda ni de derecha”.
Cómo pinta el cuadro
Todos, unidos, triunfaremos. Deseamos, como Cafiero, impedir “la llegada de otra Alianza” al poder, tanto como evitar “que nuestro movimiento se sume a otra aventura neoliberal”. Ahora bien, si contemplamos el cuadro que el dirigente justicialista nos ha pintado, en el que el conjunto del peronismo permanece fiel a sus banderas originales y las diferencias tienen un rango menor, la primera de las alternativas debería encontrar enormes dificultades para abrirse paso y la posibilidad de “sumarse” a otra aventura neoliberal repugnaría al conjunto de los líderes del movimiento: ¡vaya a saber por qué motivos no le hicieron asco, en su gran mayoría, al menemismo en el poder! ¡vaya a saber cómo lograban armonizar las tres banderas con el apoyo a la gesta “del campo”, que obviamente agradó a esa facción del peronismo que se aferra al viraje de la década de 90 y aborrece el renacimiento de una política nacional que representa el kirchnerismo, más allá de sus limitaciones.
Desconociendo todo eso, Cafiero reparte “culpas compartidas” por la pérdida de la unidad y omite explicar a quienes se conducen en la política real como enemigos irreconciliables y que sólo pueden acceder eventualmente a compartir una interna si esto les asegura un triunfo contra el proyecto que su adversario sostiene.
El país precisa una cuota de sinceridad. Para poner sólo un ejemplo: alguien, entre los que apostamos a un proyecto nacional, ¿podría sostener que la candidatura de Reutemann (los hay peores) puede representar lo nacional y popular? ¿Por qué no advertir, entonces, que no es casual la elección de quienes hacen de Reutemann un instrumento de sus fines, en oposición a Kirchner? ¿Por qué pensar que es posible electoralmente sumar los opuestos? ¿O acaso menospreciamos el discernimiento del electorado, propio o adversario?
Pero, volvamos a Cafiero y los soportes de la desunión. Si les ponemos nombres a los errores de quienes se enfrentan por desconocer las enseñanzas de Perón (según el autor), la responsabilidad del kirchnerismo consiste en hablar de “izquierda y derecha”, por razones “ideológicas”. Sus oponentes, a su vez, “asumen posiciones similares a las del gorilaje fundacional, criticando el vestuario o los estilos de dirigentes afines al Gobierno”. Arturo Jauretche “se haría una fiesta”, con esas actitudes. Ninguno recuerda “la tercera posición”.
Un poco de memoria
No precisamos hacer ningún esfuerzo para compartir con Cafiero la voluntad política que él mismo enuncia: cerrar filas, contra cualquier intento de restauración neoliberal. Ocurre, sin embargo, que una política capaz de enfrentar esa tarea debe fundarse, en primer término, en respetar la memoria del pueblo argentino y su aptitud para juzgar la conducta de sus líderes.
¿Creerá Cafiero, tal vez, que hemos olvidado que las razones de la discordia entre los jefes del peronismo se originan, precisamente, en sus diferencias respecto al modelo neoliberal y, en términos generales, a su actitud frente a los núcleos del poder concentrado? ¿Olvidó, tal vez, que en las elecciones de 2003 hubo tres candidatos de origen peronista y que uno de ellos era el máximo responsable de “la aventura neoliberal”? ¿Ignora, también, que el tercero en discordia, Rodríguez Saá, cometió la impudicia de hacer una campaña que agitaba las banderas a las que adhiere “la mayoría de nosotros” (Cafiero), para luego amagar con un pacto con Menem, en la segunda vuelta?
La militancia a favor de la Mesa de Enlace es mucho más significativa que la critica “del vestuario” de Cristina Kirchner o “los estilos de los dirigentes afines al gobierno”. Cafiero, que tanto se divierte con los “delirios literarios” de aquéllos que pretenden caracterizar el peronismo, podría tener un poco de pudor frente a la triste realidad de la década oprobiosa, que destruyó la obra del peronismo de Perón, con el concurso de un presidente justicialista que también tenía un curioso humor.
Para recordar a Jauretche, digamos sencillamente que no es lo mismo ser un tilingo (que se dedica a observar los trajes de Cristina) que militar a conciencia en el campo antinacional y enmascarar con un “peronismo” de rituales vacíos la voluntad concreta de restaurar el reino de los bancos, las privatizadas y el empresariado rural, dispuestos a sacrificar al conjunto de los argentinos en el altar de los exportadores de soja y afines, de la fuga de divisas y de las rentas extraordinarias de la década del 90.
La movilidad del electorado
Los consejos de Perón, sin Perón, son letra muerta. Entre el peronismo de Menem, el que inventa para sus fines Pino Solanas y el que renace en la implantación del salario universal, existen abismos que sólo Cafiero puede sortear… literariamente.
En el caso de Córdoba, por ejemplo, la transformación del peronismo bajo el reinado delasotista terminó por modificar sus bases de sustentación: el PJ actual pierde las elecciones en la capital provincial, obrera y popular, lugar donde tradicionalmente le ganaba al radicalismo, y triunfa en el sur sojero y conservador, que antes lo rechazaba como a una peste.
En consecuencia, especular con un pacto del kirchnerismo con De la Sota supone creer (un delirio no literario) que “el campo” cordobés puede votar por Kirchner…si De la Sota lo dispone (otro “delirio”, que esta vez afecta a ciertos kirchneristas que posan de “realistas”).
Afortunadamente, esto no significa que existan en la provincia numerosos cuadros sindicales y políticos dispuestos a respaldar la lucha por “integrar a Córdoba en el proyecto nacional”, para usar una expresión de Carta Abierta. Pero no triunfarán hermanados con el delasotismo, que milita invariablemente en el frente neoliberal.
No obstante, a nuestro juicio, el principal defecto de la visión de Cafiero es que desconoce lo que se ha dado en llamar “la crisis de la representación”, que en términos electorales trae aparejada una independencia y movilidad de la mayoría del electorado, con la consiguiente pérdida del papel de los aparatos y el surgimiento de una infinidad de formaciones políticas fragmentadas y minúsculas que expresan, no obstante, las corrientes profundas del conjunto de la población, si logran sustraerse a la verticalidad del poder.
Espacio para la movilización
Esta situación, que también favorece la “mediatización” de los candidatos, desde la “izquierda” a la derecha, impone a la jefatura del proyecto popular la obligación de apostar a un despliegue de la militancia. Lo que a su vez exige mensajes claros y alianzas coherentes con la orientación y las acciones del gobierno actual.
Es en esta línea, no sobre la base de pactos indefendibles que operan contra la construcción del campo propio y confunden al elector, donde el campo popular debe aplicar todo su esfuerzo. Hay un enorme terreno por ganar, en disputa con los medios, en el seno de los sectores sociales postergados, que los periodistas de la radio y la televisión logran desorientar, restándonos fuerzas.
No ayudemos al trabajo enemigo, que apunta a fortalecer ciertos prejuicios, para utilizarlos contra los intereses del propio pueblo al que intentan manipular.
Perón era un árbitro poderoso: imponía la unidad a su derecha y su izquierda, alrededor de su jefatura. De algún modo, al menos hasta la crisis que estalló con la vuelta del peronismo al poder en 1973, el General lograba unir al conjunto del movimiento nacional.
Pero ocurre que hoy no tenemos movimiento nacional. Vivimos un momento de transición política, con las miras puestas en la posible reconstrucción de una fuerza de masas. Kirchner acertaba al reconocer esta situación y buscar abordarla con fórmulas novedosas de construcción plural. Pero tanto la “transversalidad” como la “concertación plural” pecaron de mezquindad, falta de coherencia y de una visión que apostaba a los “aparatos”. Eso explica la aparición de los Cobos, que son varios.
Necesitamos una convocatoria abierta al protagonismo de la militancia y las masas, a la creatividad e iniciativa de un país que, humillado y empobrecido durante décadas por el extravío pertinaz de sus dirigentes y orientadores, ha recuperado su estima y busca profundizar lo conquistado desde el 2003 y labrarse un porvenir integrado a Latinoamérica.
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