Se nos ocurrió como forma de alimentar el blog una sección en la que volquemos interpretaciones de acontecimientos pasados que, con ligeras variaciones, asoman en el presente, rescatando lecturas finas de la realidad nacional con puño de intelectuales cercanos a aquellos acontecimientos. Se trata de la recurrencia de conductas donde operan los intereses de clase presentes en nuestra historia y que no resultan tan fáciles de asociar. Un caso típico es, por ejemplo, lo del discurso de Alfonsín enfrentando a la Sociedad Rural y poniendo en blanco sobre negro que la conducta de la oligarquía no distingue entre peronistas o radicales cuando de algún modo resultan afectados sus intereses.
Enviamos una primera fuente. Los párrafos originales entrecomillados corresponden a la nota “Miedos, complejos y malos entendidos" escrita por Ismael Viñas en la revista Contorno (Nros. 7 y 8) publicada en Julio de 1956. La transpolación sugerida con fechas y signos de interrogación NOS PERTENECE.
“Los grupos conservadores habían llegado a 1943 (2001?) completamente desacreditados. Aun dentro del marasmo político en que estaba hundido el país, ellos, los que detentaban el poder, se distinguían: prácticamente eran los representantes del cinismo, de la absoluta falta de ideales, los que enseñaban que el gobierno se tiene porque sí, sin otro objetivo que el disfrute personal.
Estos diez (ocho?) años han logrado rejuvenecer al conservadorismo de un modo mágico: sin que nada haya cambiado aparentemente en él, ni los hombres ni las ideas, todo su viejo bagaje puede ser utilizado como si fuera nuevo.
Así, grupos que utilizaron abiertamente el poder en beneficio de intereses particulares (ganaderos, colonialistas) hoy hablan del interés general de la Nación. Lo curioso es que las medidas que ahora proponen para proteger ese interés general son las mismas que antes les sirvieron para muy otra cosa. Casi todos se escudan en la palabra libertad: libertad de comercio, libertad de industria.
Anudan este razonamiento con otro: el peronismo halagó a las masas, utilizó sus anhelos elementales para dirigirlas y engañarlas, tomó medidas contrarias al interés nacional cubriéndolas con frases demagógicas. Ergo, ellos que proponen medidas impopulares, que arrostran heroicamente la impopularidad, son los puros, los que no buscan engañar; y, con prescindencia de lo que esas medidas sean en concreto, infieren de su sola impopularidad su bondad. Logran así crearse una buena conciencia, al menos externa: ha prendido en ellos el convencimiento de que están en lo cierto y de que sus intereses de grupo son realmente los intereses del país, el bien del país. Hace diez años los conservadores jóvenes admitían que “el que no roba es un sonso”. Hoy están convencidos de que volver a la economía agrícola-ganadera coincide con el interés general.”
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