Han concluido varios días de festejos del Bicentenario del primer gobierno patrio. Y el balance es altamente positivo para la abrumadora mayoría de los argentinos, excepto para la oposición.
A la hora del balance el cronista no sabe qué destacar más. Puede ser el altísimo nivel artístico de “Fuerza Bruta” dirigido por Dique James e integrado por más de 2.000 artistas, que pusieron allá en lo alto, casi en el cielo, un arte de vanguardia y popular. Esa performance superó la habitual contradicción que suele plantearse a nivel artístico entre el contenido y la forma, entre la política y la estética.
Ese fue uno de los grandes descubrimientos de esta fiesta. Los argentinos conocían a Lionel Messi, Fito Páez, las Madres de Plaza de Mayo, Hugo Chávez y muchas otras personas valiosas que reconoció en la TV o vio pasar por las calles o escenarios.
¿Pero de dónde salió “Fuerza Bruta”? Su irrupción extraordinaria demanda parafrasear a Víctor Hugo Morales en su relato del gol de Diego a los ingleses: “genio, genio, ¿de qué planeta viniste?”. Algo así podría decirse de este colectivo que ya en su número supone un arte para mayorías.
Los pañuelos blancos iluminados de las Madres, los soldados de Malvinas con sus cruces de los caídos en pelea con el imperio, los obreros y obreras laborando en los autos Siam y las heladeras de la marca, la ciencia y tecnología en aulas con maestros y alumnos, etc, fueron conmovedores.
Entre sus muchos resultados positivos, además de gratificar el alma y emocionar hasta las lágrimas, hubo uno de tipo político: fue una derrota estratégica de la oposición política y mediática. ¿Por qué un traspié, se preguntará algún un opositor, haciéndose el desentendido?
La respuesta es sencilla. Si la Argentina fuera tan decadente, atrasada, empobrecida, corrupta, dividida, en retroceso, aislada del mundo –tal como la pinta a diario Clarín- no podría haber aparecido ni alcanzado ese alto nivel un contingente como “Fuerza Bruta”.
O, en caso contrario, esos artistas habrían sido una vanguardia para “un cambio” contrario al gobierno actual. Habría sido un arte de la mano de Elisa Carrió, Eduardo Duhalde, Julio Cobos y Mauricio Macri, para sepultar este ciclo político y fundar uno retrógrado.
Y es obvio que no fue así. Ninguno de esos políticos tuvo algo que ver con los festejos. Se quedaron entre sus cuatro paredes justo cuando las multitudes salieron a la calle. Mejor demostración de la falta de sintonía de unos y otras, imposible. El único que intentó alguna alternativa política y cultural fue Macri, con una velada elitista en el Colón –habiendo provocado la ausencia de presidenta de la Nación- con invitados de escasa cultura como Susana Giménez y Ricardo Fort. El procesado porteño también quiso confrontar desde la Catedral, pero el cardenal Bergoglio le bajó los decibeles a su homilía, diluyéndose la intención de ambos por crear un “doble poder”.
Merece un 10
Cristina Fernández se merece un 10, por ser en última instancia la responsable y organizadora de los festejos. Ella o alguien en nombre suyo habrá tomado las decisiones de qué tipo de actos se hacían, qué recitales, qué invitaciones a los gobiernos de la región, qué desfiles, cuánto gastar en el evento, etc.
Esas cosas no salen diez puntos por generación espontánea. Mucho menos en asuntos complejos, que reclaman sincronización, técnica, disciplina, organización, etc. Ni un locro para 100 personas se puede hacer a los ponchazos. Un festejo para más de 2 millones de personas, como el 25, requiere de un gobierno central o Estado fuerte, con planes de mediano plazo, recursos, ideas renovadoras, funcionarios capaces, aliados regionales y una política cultural democrática y a la vez popular.
La presidenta salió fortalecida políticamente. Y no sólo por sus correctos discursos y bien dichos, en cada ocasión, aunque si le dan a elegir el cronista se queda con el de la inauguración de la Galería de los Patriotas Latinoamericanos, con retrato del Che Guevara incluido.
Es que allí plasmó en palabras su reivindicación de la lucha por la Primera y la Segunda Independencia. Habló de la diferencia con el modelo oligárquico que mugía en el Centenario y hasta se permitió recordar que Juan J. Castelli había advertido que si el Cabildo no formaba un gobierno vendría con patriotas armados para hacerlo.
Ni Macri ni Mario Das Neves estuvieron en ese acto, para no convalidar el compromiso regional ni los reclamos por Malvinas. Los dos gobernadores son los más penetrados por el corpus doctrinario del neoliberalismo y las multinacionales. Uno está con la “Patria Inmobiliaria” y el otro con la “Patria Petrolera”, pero no quieren saber nada con la Patria y menos con la Patria Grande Latinoamericana.
Cristina se lleva un 10 también porque se rodeó de 7 presidentes que a excepción del trasandino Sebastián Piñera son un sexteto progresista. Seis que bien se pueden contar como siete, por la presencia del derrocado hondureño Manuel Zelaya. Eso sin olvidar a Cuba, pues estuvo su vicepresidente Esteban Lazo, representante del socialismo y la negritud.
Clarinete y Gaceta Ganadera podrán decir cualquier cosa de Cristina: frívola, soberbia, cuasi dictadora y dependiente de su marido. El 25 de Mayo se la vio espléndida y hasta moviendo las caderas al ritmo de las murgas. El que pareció de madera era Néstor Kirchner. ¿No será pingüina la candidata de 2011?
Esta vez fueron tres
Según varios historiadores, en la Revolución de Mayo intervinieron dos grandes factores. Uno fue el pueblo, que tuvo a su vanguardia a quienes conspiraban en la jabonería de Vieytes. Y el otro fue el Regimiento de Patricios, que en el momento crucial apoyó a los patriotas y no al virrey.
En el Bicentenario se puede afirmar que los protagonistas fueron tres.
Uno, del que ya se habló, fue la columna artística, nutrida por “Fuerza Bruta”, la proyección sobre el Cabildo y los músicos de los diferentes géneros: desde el folclore hasta el tango, pasando por el rock nacional y otras mixturas.
Otro factor, también citado, fue el gobierno y el Estado, capaz de decidir que quería un Bicentenario con la gente en la calle y gestar esa participación masiva. En algunos casos eso supuso dinero, como haber dispuesto que ese día el transporte era gratuito (y seguramente habrá pagado más subsidios).
Dentro de las huestes estatales, cabe destacar a la televisión pública. Se acabó el mito de la TV privada como única que podía cubrir estos eventos. Pobrecitas Mónica Gutiérrez y María Laura Santillán. Pobrecitos Biasatti, Andino y Pettinato: Canal 7 con Gabriela Radice y Felipe Pigna estuvo a la altura de la fiesta. La tele monopólica ya había perdido con “Fútbol para todos”; ahora, como los canadienses en River, se fue goleada 5 a 0 por la TV pública. Y eso que la ley de medios sigue secuestrada por Clarín, la justicia y la oposición…
El tercer protagonista fue el pueblo argentino. Se estima que dos millones de personas estuvieron el martes y seis millones a lo largo de los cinco días de conmemoración. La gente sencilla de la Capital, el conurbano y venida del interior se vio en el centro de la ciudad aplaudiendo a los artistas y presidentes, visitando los stands de las provincias en la 9 de Julio, cantando el Himno y las canciones que sabían todos, gritando los goles del seleccionado, emocionándose con los desfiles y sacando fotos a rolete.
Con la lógica de la oposición, 6 millones de ciudadanos comprados con vino, choripan y unos 20 pesos más per capita, le habrían salido una fortuna al gobierno. Pero no fue así. Los ladrones creen que todos son de su condición. Acá hubo patriotismo, ganas de festejar, alegría de saberse argentino, felicidad por estar acompañados por países hermanos, conciencia de haber dejado atrás la crisis brutal de 2001. ¿Guillermo Moreno pagaba los choris? ¿Dónde estaba la tristeza argentina de saberse alejada del mundo? ¿Cuántos crímenes y asaltos violentos se sufrieron en el microcentro en estos días? ¿Hubo algún periodista patoteado?
La gente, al salir a la calle, alteró todo el libreto prefabricado de esos círculos opositores. Los dejó en ridículo. La Argentina que pintan no existe y la que ocultan goza de buena salud.
Alguien escribió una columna política diciendo que no había nada que festejar “por nuestros presos políticos en este Bicentenario”. Firmaba Ricardo Bussi, hijo del condenado general. Los genocidas estaban amargados, a contramano de multitudes de buen talante.
Un par de preguntas para la presidenta, sin opacar el brillo del Bicentenario. ¿No sintió la necesidad de reestatizar el petróleo al ver el escudo de YPF en las imágenes del Cabildo? ¿No pensó que el acero debe ser argentino y no de Techint-Acindar, al pasar por el palco las estructuras metálicas de donde pendían los artistas? ¿No habrá que volver el Subte a la órbita estatal en vez de pagar más subsidios a Roggio y los privados?
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