“…El peronismo no postulaba (ni expresa ni tácitamente) la transformación de las estructuras sociales y económicas, ni una participación efectiva de los trabajadores en el control de la propiedad, lo que, en cambio postulaban otros partidos; y sin embargo, de nuevo, el peronismo aparecía ante los trabajadores como la fuerza que los representaba y protegía. Lo singular es que la pequeña burguesía se sentía atacada por el peronismo, al que achacaba las más siniestras intenciones revolucionarias contra la sagrada propiedad privada…El tono de la oposición fue dado por la burguesía. Su argumento más fuerte fue el de la inmoralidad del peronismo: la venalidad de sus funcionarios y protegidos, los negociados que practicaban. Era lo que realmente le dolía y exasperaba. Y, paradójicamente, el argumento –aunque correspondiendo a la realidad- era insincero. Insincero porque los intereses de esa burguesía están inexorablemente ligados al enriquecimiento individual, al sistema de la propiedad privada, y ésta, en última instancia, no significa sino el despojo de los otros. Así, un enriquecimiento que le parece moral, lícito cuando es practicado por particulares –aunque se base a veces en un robo descarado, y las más en un despojo indirecto- de acuerdo a ciertas reglas y con la protección de una determinada estructura de poder, se convertía en crimen cuando lo practicaban otros –en especial funcionarios públicos- protegidos por diferentes mecanismos.
Lo más irónico de todo, es que muchos de los fiscales contra la venalidad de los funcionarios peronistas –representantes máximos de la burguesía puesta en cuestionadora- son los mismos que durante la década 1930-1934 realizaron los negociados de la CADE y El Palomar, firmaron el pacto de las carnes con Inglaterra, se enriquecieron como abogados de firmas extranjeras y cometieron toda clase de inmoralidades o las apañaron...
En definitiva, y por la mera lógica de los argumentos más gruesos –pero obedeciendo a la más estricta lógica interna- el ataque se revertía contra el Estado, contra su acción misma Esta actitud final es en realidad la sincera, y la otra sólo el pretexto. A lo sumo, los paniaguados peronistas eran competidores desleales, pero se movían en el mismo plano y tenían la misma actitud y los mismos intereses individuales que sus críticos. Ninguno busca otra cosa que el acrecentamiento de la riqueza personal, y el choque –como ocurre en el más honrado comercio- sólo proviene de los intereses particulares contrapuestos, ya que la propiedad individual –y el poder individual- sólo prospera en tanto disminuye el número de los competidores partícipes.
El escándalo proviene inmediatamente de la ruptura de las reglas de juego. Pero el odio real va dirigido contra la intromisión del Estado, único peligro de fondo contra el propio privilegio: el derecho a enriquecerse sin el control de nadie. En lógica absoluta poseedores burgueses y funcionarios venales son tanto competidores como cómplices, y eso ocurría en verdad en la práctica. Ese juego no es por otra parte más que una pequeña distorsión de las reglas habituales del sistema capitalista.
Tal vez uno de los pecados mayores del peronismo haya sido proveer de argumentos efectistas a quienes perjudica el mayor poder de la comunidad. El mayor damnificado ha sido el Estado, como posibilidad de poder puesto al servicio de los intereses generales….”
Fuente: Ismael Viñas en la revista Contorno (Nro 8) publicada en Julio de 1956.
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