Publicado originalmente ayer en Comercio y Justicia de Córdoba.
En el auditorio de la UEPC, invitada por la CGT de Córdoba, escuchamos recientemente a la nueva presidenta del BCRA, Lic. Mercedes Marcó del Pont. Destacamos el valor de que la titular del Central, para horror del establishment, hablara expresamente de los intereses generales de la clase trabajadora y de cómo se vincula la defensa de sus reivindicaciones con la lucha por consolidar el modelo productivo que busca desarrollar el actual gobierno. Pero queremos reflexionar, en esta oportunidad, no sobre el discurso de la militante-funcionaria, sino sobre la iniciativa que dio lugar al feliz encuentro y la necesidad de que inaugure una verdadera campaña del movimiento obrero de esclarecimiento sistemático con respecto a los vínculos que unen la lucha por el salario y las demás reivindicaciones específicamente gremiales con la defensa política de un proyecto de país que precisa consolidarse y superar la emergencia de los comicios de 2011.
No es posible ignorar que los asalariados deben asumir con plena conciencia esa tarea, imperiosa y vital. Es insostenible la idea de que puede disociarse la lucha por recomponer el salario, proteger el empleo, mejorar la recaudación del sistema provisional y las jubilaciones magras que aún tenemos, blanquear el trabajo de los sectores más postergados, en una palabra, de lo que indudablemente da sentido a la actividad gremial, con lo que hagamos para sostener políticas de Estado orientadas a proteger los derechos laborales y el desarrollo del país, en suma, políticas propensas a vincular la creación de riqueza con una expansión del mercado interno que apela, por su misma lógica, a la generación de consumidores, a una redistribución progresiva del ingreso.
Para decirlo abiertamente, con ánimo de sacudir posibles letargos: si el acontecimiento memorable de traer a Córdoba a una gran economista de la causa nacional fuese nada más que una ocurrencia casual, carente de continuidad y de una visión clara de las perspectivas y las fuerzas obrantes en la sociedad y la política, el movimiento obrero podría equivocarse y limitar su función a lo meramente gremial, ignorando la necesidad de que participe en la lucha por preservar las condiciones que permitieron a los sindicatos recuperar su capacidad de negociación sectorial, en el marco de una gestión del Estado que apuesta otra vez a la producción y al trabajo, a usar los recursos y el poder público en beneficio de la comunidad.
¿Puede alguien creer que lo que hemos recuperado en los últimos años puede conservarse en otro contexto, en el que prevalezcan las fuerzas que fueron desplazadas en 2003, luego de llevarnos a la peor crisis de la historia nacional? Obviamente, lo sostendrán los que hundieron el país en la ruina y a los trabajadores en la miseria. Protestarán, además, por la “desnaturalización” de lo sindical, al incursionar en “lo político”. Será inútil decirles que los asalariados sufren cuando la Nación se achica y que el ejercicio de la política, en sentido amplio, es parte sustantiva de su defensa como sector.
Los sindicatos y la década del 90
La decadencia del país, originada en la frustración del proyecto nacional surgido en las fraguas del año 45, terminó por afectar, como era esperable, el poder de los sindicatos y el ingreso obrero, sin hablar del resto de las condiciones del trabajo. En la década del 90, las privatizaciones menemistas y la extranjerización de la economía, sustituida la producción por la especulación y la timba, hasta el fatal desenlace del 2001, la desocupación creciente y el derrotismo reinantes tornaron ineficaz la acción colectiva e implantaron un despiadado “sálvese quien pueda”.
Limitados a la administración de las obras sociales, en un contexto de desafiliación creciente, los gremios reflejaban la derrota de las mayorías y marchaban hacia su destrucción o vaciamiento de sentido.
Aún hoy, importa señalarlo, no han recuperado el rol que conquistaron en el ascenso del peronismo histórico. En el marco de la decadencia, la “renovación peronista” de mediados de los 80 los apartó del comando de un movimiento en crisis, que buscaba agiornarse sobre el modelo alfonsinista y amenazaba con adoptar, bajo el imperio de De la Sota, en imitación simiesca, rituales propios de la política norteamericana, con asesores de imagen importados y espectáculo de porristas.
Ese ciclo no ha concluido, en el caso de Córdoba. Un bipartidismo conservador ha gobernado esta provincia desde el 83 en adelante. Bajo Angeloz, Mestre, De la Sota y Schiaretti hemos padecido la destrucción de la Córdoba que construyeron Ramón J. Cárcano, Amadeo Sabattini y el brigadier San Martín. Con ella se opacaron las tradiciones combativas de la Reforma Universitaria y del Cordobazo, claramente incompatibles con el ánimo derrotista y el grave desconcierto que se impuso en las mayorías, dentro de un marco nacional decadente. La emergencia de Juez, que pareció iluminar ese sombrío cuadro, se agotó rápidamente, arrastrado por el oportunismo brutal del “rebelde”, que terminó sobre un tractor de la Mesa de Enlace, junto con Schiaretti, De la Sota y Aguad.
Nacionalismo popular o delasotismo
Es imprescindible refundar en Córdoba una fuerza nacional, democrática, obrera y popular, capaz de integrarnos genuinamente a la perspectiva política abierta con el kirchnerismo. Para hacerlo, dos condiciones son imprescindibles:
1) Renunciar a la alquimia de pactos contra natura, que desdibujan el campo propio y desarman a una militancia que necesita salvar la coherencia de su proyecto, para construir en el territorio con autoridad moral y solvencia política. El electorado independiente, que es mayoritario en el actual marco de crisis de la representación, no tolerará la inconsecuencia de avalar a quienes destruyeron la Caja de Jubilaciones y “resolvieron” la cuestión recortando haberes; usaron la represión para enfrentar la protesta y judicializaron la rebeldía; lucraron con el contrato de trabajo precario, dentro de la propia administración pública; fomentaron los call centers y otros “emprendimientos” basados en la explotación de “trabajo-basura”; intentaron privatizar el Banco de Córdoba y EPEC, para ponerlas en manos de aventureros y delincuentes; dañaron la atención médica de los empleados de la provincia colocando al IPAM al servicio de las gerenciadoras; se esmeraron en apoyar los abusos múltiples de Aguas Cordobesas, dando continuidad a la entrega mestrista; remataron el patrimonio inmobiliario de la provincia y utilizaron el Estado para impulsar aventuras faraónicas descabelladas; congelaron el impuesto Inmobiliario rural, privilegiando al sector que lidera la evasión y el empleo en negro.
2) Asumir el hecho de que son incompatibles los intereses que expresa el movimiento obrero -que necesita refirmar las banderas históricas del 17 de Octubre, para defender consecuentemente a los trabajadores y al país- y la degeneración delasotista del justicialismo cordobés, situado actualmente entre las fuerzas conservadoras de la política provincial, en el mismo terreno en que militan Aguad y la Fundación Mediterránea. Enumerar sus iniciativas y actos de gobierno basta para comprobar esa oposición irremediable que sólo se zanjará con la derrota delasotista, cuando sepamos retomar, con lo mejor de la militancia nacional y popular, las mejores tradiciones de una provincia que requiere, para que se exprese la progresividad de la mayoría de su gente, liderazgos patrióticos y comprometidos con lo popular. A los sindicatos de Córdoba les reclama la realidad una clara visión sobre quiénes son los enemigos del pueblo y cómo movilizar las fuerzas gigantescas que esperan el llamado a respaldar activamente una iniciativa patriótica genuina, ya que su destino depende de la consolidación de un proyecto nacional. Una vez más, la historia de Córdoba impone a los gremios el desafío de ocupar un rol de vanguardia, esta vez para reconstruir, en la provincia, un movimiento popular que recupere las banderas del desarrollo soberano y la justicia social y ofrezca a la provincia una política apta para impulsar coherentemente esa cultura del trabajo y la producción que destruyó el Proceso y los gobiernos que lo sucedieron, desde el 83 en adelante, sin modificar sustancialmente el rumbo inaugurado por Martínez de Hoz y nuestro comprovinciano, esa joyita del jardín delasotista, el inolvidable Cavallo.
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