martes, 4 de mayo de 2010

Mística

Difundimos excelente análisis de coyuntura e interpretación del pasado cercano realizado por Erico Westergaard (Turismo Participativo) desde las serranías cordobesas. Así como apuntamos con este cumpa en diálogos electrónicos estos modestos aportes a la construcción del Proyecto Nacional, Popular y Latinoamericanista como rasgos de horizontalidad son una muestra de fortaleza que empezamos a valorar sin poder, quizás, mensurar acabadamente su potencialidad.
A continuación el texto de su autoría, Mística.
Todo lo malo que nos ha ocurrido como Nación en los últimos decenios tiene explicación política así como la tienen, en inevitable correlato, nuestros asuntos particulares. En aras de cambiar realidades que, recurrentemente, nos aproximaron a los abismos angustiosos de la desintegración, aparece como esencial trabajar hasta encontrar el denominador común que permita la identificación de sus causas. El paso siguiente es adjudicar a un conjunto de ideas y los hombres y mujeres que las sustentan y ejecutan, entidad para disolverlas y reemplazarlas por parámetros que espejen nuestros intereses colectivos.
Ya es corriente que hablemos del neoliberalismo como aquella concepción política nacida para oponerse a la que introdujo la posguerra como Estado de Bienestar, y cuyo pilar central es la sustitución de la intervención pública en la economía por lo que eufemísticamente se conoce como las fuerzas del mercado que, en realidad, son los grupos que concentran el mayor poder en el manejo de las riquezas. Si se presentaran así, descarnadamente, les sería difícil lograr el consenso social para instalarse, por lo que no les queda más remedio que disimular intenciones escondiéndolas detrás de términos caros como libertad individual y eficiencia de gestión que se enfrenta a lo colectivo, insidiosamente descripto como lento, gris y burocrático. Es decir que al hecho brutal de la apropiación de la mayor parte de lo que todos ayudamos a generar, lo ha acompañado todas estas décadas un marco ideológico meticulosamente tramado e impuesto para conseguir la adhesión a los lineamientos que lo permitieron o, en su caso, impedir el protagonismo de quienes pretendieron combatirlo. Se consiguió, a fuerza de machacarlo mediáticamente, que se mirara con buenos ojos el desmantelamiento de la estructura estatal que a mediados del siglo pasado irrumpiera en la vida nacional con activo protagonismo en sectores claves como economía, salud, educación o seguridad social. A cambio del aburrido armonizador público nos dejaron el glamour de lo privado y su galería de íconos que iluminaran un, lo estamos aprendiendo ya, inaccesible camino al crecimiento general.
Derrotar este armazón que injuria elementales principios de equidad precisa que se desnuden sus pilares elitistas pero también el encolumnamiento masivo detrás de objetivos superadores. Es lo nuevo y fundamentado lo que califica para alcanzar aprobación profunda, esa que las mayorías otorgan a lo que ha venido para quedarse y resolver no solo sus problemas sino también los de sus hijos. Este presente argentino y latinoamericano despunta trabajosa pero entusiastamente signos y realizaciones en ese sentido y sus pueblos comienzan a advertir que les son propios, que les pertenecen. Aquellos trazos inaugurales que despertaron la ilusión en los viejos luchadores se han repetido nutriendo de coherencia a cada una de las medidas destinadas a construir un proyecto contenedor. La furia y el descontrol en las actitudes de quienes cierran filas para defender al vetusto orden del privilegio no hacen más que certificar que el camino es el correcto. La suma de voluntades que cada día engrosa el colectivo que lo recorre recupera cotidianamente la significación original de la representación, aquella que describe la relación entre la demanda popular y dirigentes cumpliendo el mandato. Empiezan a multiplicarse simbologías donde encarna el sentimiento. Hay algo ora difuso, ora explícito, que nos identifica. Está apareciendo la mística.
Mística que se ve en las manifestaciones que juntan a Moyano y Yasky, en las organizaciones de base que no cesan de nacer, en el empresariado pequeño y mediano que quiere jugar un papel nacional, en el campesinado que soportó estoicamente la arremetida sojera y continúa levantando las banderas de un uso racional de la tierra para legarla sana y apta a nuestra descendencia, en la presencia de la Presidenta del Banco Central en cónclaves cegetistas afirmando definitivamente que el organismo dejó de obedecer a los designios del capital concentrado para erigirse en herramienta del desarrollo con inclusión, en la contundente incorporación de jóvenes nucleados tras la defensa de la Ley de Medios, en el posicionamiento productivo de tantas fábricas recuperadas, o en el quehacer artístico que se esfuerza por sintetizar en obras estas expresiones que maduran el sueño común. De todo ello hablábamos días atrás un grupo de amigos sentados a la mesa de un bar, que por esas horas había trocado la abulia y desesperanza del mensaje único del televisor por la algarabía de una militancia consciente de ser partícipe en momentos fundacionales de una página más digna en la historia del país. La chica que trajinaba entre las mesas satisfaciendo pedidos gastronómicos debe estar preguntándose por la sonrisa que dibujaba su rostro (yo la vi) al terminar la dura faena. Es que esto contagia.

                                                                                                  Erico Westergaard
                                                                                      turismoparticipativo@hotmail.com

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