sábado, 14 de agosto de 2010

La Masacre patagónica . . . ¡Vamos fusilando mientras llega la orden!

Por el compañero Delsio Evar Gamboa

El escritor Osvaldo Bayer, autor del libro sobre el que se basó la película “La Patagonia rebelde” que muestra el fusilamiento de más de 1.500 trabajadores rurales, perpetrado -cuándo no- por el Ejército Argentino al mando del teniente coronel Varela, -nada que ver con Felipe Varela, aunque también matando llegó y se fue- y sus subordinados en la provincia de Santa Cruz en 1921 en pleno gobierno constitucional de Hipólito Irigoyen, ¡Aunque Ud. no lo crea! Bayer, decía, comenzó sus investigaciones y a escarbar en esa macabra historia en el año 1968, durante la dictadura del fascista general Onganía. Recorrió los lugares en que se produjeron las horrorosas matanzas y tuvo suerte de que entonces, todavía quedaban testigos vivos, que hablaron y contaron . . .
            Contaron por ejemplo que el trágico levantamiento y paro llevado a cabo por la numerosa peonada en contra de los poderosos estancieros, -los Braun Menéndez, los Menéndez Behety y otros del mismo pelaje- pedía, además de una mejora en las inhumanas condiciones de trabajo que padecían, que los proveyeran de velas -¡Sí, velas!- para poder alumbrarse durante la noche en los míseros barracones donde vivían a oscuras y hacinados como animales.
            Los omnímodos terratenientes, propietarios de miles y miles de leguas de tierras, de hecho, mal habidas, haciendo valer su poder ante el gobierno central, exigieron la intervención del ejército para “disciplinar” a los revoltosos, para que levantaran la huelga sin condiciones de ningún tipo, y volvieran a su trabajo de cuidar a los millones de ovejas que ya les producían enormes perjuicios económicos y que, pobres, con balidos lastimeros, los reclamaban.
            Autorizados que fueron los milicos por el gobierno, para el sur partieron a poner en práctica la tarea que más les gusta, y que fue, es y será su real razón de ser, esto es, la represión -si es a compatriotas, mejor- y que siempre practicaron con unción, fruición y devoción.
            Allá arribaron con el mejor armamento de la época para enfrentar a cientos de desarrapados peones rurales, armados de cuchillo y poncho, y por supuesto, a pie. Cualquier analogía con lo que ocurre hoy entre judíos, con sus misiles aire-tierra, sus helicópteros artillados y su parafernalia bélica, contra la “Intifada” palestina con gomeras, palos y piedras, es apenas una mueca burlesca de la historia.
            A todo esto la peonada rebelde, que eran pobres, pero no tontos, anoticiados de la presencia de la milicada armada hasta los dientes, enviaron dos parlamentarios a negociar. Los recibió el capitán Viñas Ibarra. Ni los dejó hablar, los fusiló en el acto, y les hizo saber al resto que si se entregaban, él les prometía por el honor del Ejército heredero de San Martín, que sus demandas serían atendidas y que no los castigaría. Lograda que fue la rendición de más de 600 huelguistas, los asesinó a todos a tiro de fusil. Y si alguno quedó boqueando, fue rematado.
El resto de la matanza la completó como hemos apuntado, el teniente coronel Varela que, ¡vaya paradoja!, luego de recibir las honras oficiales del gobierno democrático por la eficiencia de su trabajo en el Sur, fue ajusticiado en un atentado llevado a cabo en Buenos Aires, por un par de anarquistas de aquellos años.
Por supuesto, este militar fusilador –como es propio en la Argentina- tiene su lugar “bien ganado” en el bronce de la historia. Descansa en el recoleto cementerio de La Recoleta, y tiene una enorme estatua que custodia su memoria para toda la posteridad. ¡Ah! y también, una solitaria placa en la que los “Estancieros del Sur” le rinden homenaje por su “Gran servicio a la Patria”. . .
Esta fue sin dudas, otra masacre más de las muchas realizadas por los militares en nuestra historia y van . . . Y esto sin contar las miles de muertes “misteriosas” de soldados “Cuarteles adentro”,  cometidas por el ejército a través de los años. El “Caso Carrasco” sacó a la luz la tenebrosa realidad de lo que ocurre en los herméticos dominios de los hombres “verde oliva”.
Como colofón, hace poco, una ONG realizó una interesante investigación sobre esta cuestión, que abarcó desde que se implementó el “Servicio militar obligatorio” hasta su abolición. El resultado arrojó la escalofriante cifra de casi 15.000 muertes de conscriptos en ese lapso y en circunstancias nunca investigadas ni aclaradas. Todas, sin excepción llevan el sello oficial de “Muerto en servicio a la Patria”. Término hipócrita de por sí, porque todo soldado, es decir, todo Colimba -Corre, Limpia, Baila-  no servía a la Patria, sino que era sirviente de sus superiores como el mismo injurioso mote lo corroboraba. Ello sin mencionar las más degradantes humillaciones y vejaciones de que era objeto.
 Aún nos estremecen los relatos de la guerra del Atlántico Sur, en la que los suboficiales -para no perder la rutina del cuartel- además de las diarias vejaciones y abusos de rigor, estaqueaban a los soldaditos en la gélida tundra malvinense porque, muertos de hambre, robaban algo para comer, mientras los implacables bombardeos ingleses los acosaban. ¡Los peores castigos no vinieron del enemigo, como se comprobó, sino de los propios compatriotas! 
Si a estos crímenes la justicia no los condenó, que al menos los condene la historia.
Para más abundar, sobre esto, -valga la digresión- tengo también conocimiento personal. Cuando era chico y vivíamos en Ordóñez, con mi hermano Dany, pasábamos las vacaciones en “La Remonta” un importante Regimiento militar con más de dos mil efectivos situado a 10 Kmts. del pueblo. Allí, y como personal civil, trabajaba y vivía nuestro querido Tío Raúl -que aún vive-. Recuerdo que él nos contó que un oficial en un arrebato, mató de un palazo en la cabeza a un soldadito de apellido Monesterolo, porque no respondía más al “baile” que le estaba dando. Por supuesto se tapó todo. Entonces no existía el periodismo de investigación. No obstante eso sí, el cadáver a féretro cerrado y envuelto con la bandera nacional, fue llevado y entregado a los padres -vivían en El Chaco- por dos suboficiales que en nombre del Ejército Argentino, muy solemnemente, luego de darles las más sentidas condolencias de sus superiores, les hicieron entrega de un diploma donde rezaba el consabido: “Murió sirviendo a la Patria y también, que su sacrificio será grato a Nuestro Señor, “Fuente de toda razón y justicia”. . .
Como puede apreciarse, la pulsión represiva y criminal de los Aramburu, los Rojas, los Videla, los Masera, los Galtieri, los Menéndez, los Bussi y una extensísima lista de genocidas, no es una cuestión de la modernidad, sino que es una pesada herencia que les viene a los militares desde los comienzos de nuestra historia nacional, y que continuaron “profesionalmente” para no defraudar el “legado” -permítaseme la ironía- del Padre de la Patria . . .

Laborde. Cba.

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