lunes, 29 de noviembre de 2010

La Revelación

Subimos nota de Diego Tatián, publicada hoy en P/12. Una aproximación profunda y precisa. Además, es un intelectual cordobés, o sea del interior muchas veces ninguneado.

El tiempo suele ser la sustancia que revela el significado histórico de un hombre público cuya relevancia política muchas veces sólo llega a ser comprendida retrospectivamente, en el momento de su muerte. Mucho más infrecuente es que, al revés, la muerte de un hombre permita revelar la naturaleza del tiempo que nos toca transitar y la condición de una sociedad –cuyo desciframiento es siempre esquivo– en un momento dado. A mi entender es sobre todo esto último lo que produjo la muerte de Néstor Kirchner.
Esa muerte sorpresiva tuvo el efecto de la ola que se retira de repente y deja al descubierto lo que hay. Y lo que hay es mucho. Podría no haber sido así –de hecho, la de un puro vacío fue la primera impresión de muchos, que con el correr de las horas y los días quedó desvanecida y transformada por una especie de asombro ante la irrupción de una diversidad popular activa y lúcida, rara, inimaginada en su magnitud y en su calidad.
El efecto del que se fue cargando la mañana del 27 de octubre no fue el de una desazón desamparada ni el de un dolor pasivo y una intemperie, sino el de una pasión colectiva quizás única y preciosa en la delicadeza de su composición, que conjugó tristeza y entusiasmo, congoja y potencia social, comunión en la adversidad e imaginación productiva. Fue entonces que supimos –la revelación es estrictamente ésta– que la gestión de gobierno que lleva adelante Cristina no estaba sostenida apenas por otra persona –por importante e insustituible que haya sido su tarea en el armado político indispensable siempre que se trata de enfrentar poderes–, sino por un inmenso colectivo de singularidades ideológicas y afectivas que no podrían ni deberían ser disueltas en su diferencia sino, al contrario, aprovechadas en toda su pluralidad.
Ese día en esa plaza sucedió algo. Algo político en sentido pleno pero también del orden de la poesía que tal vez toda sociedad aloja en su interior sin que su revelación encuentre siempre las condiciones que la vuelven manifiesta. Todo estaba allí antes, pero eso podemos afirmarlo sólo ahora.
La gema sin terminar de pulir que lega la manera kirchneriana de concebir la política a nuestra tarea de ciudadanos capaces de instituir subjetividades civiles autónomas y nuevas es una idea simple, antigua y sin embargo en cada caso diferente. La idea de que el Estado no es por necesidad ni por esencia –como lo definía Nietzsche– “el más frío de los monstruos fríos”, ni un puro aparato de conservación y administración de privilegios, ni una mera gestión de intereses privados. La herencia kirchneriana es la de concebir el Estado como un contrapoder. El Estado como expresión de una potencia pública capaz de disputar y transformar la renta para producir cada vez más igualdad; capaz de recuperar la palabra de su concentración y captura por el dinero para una puesta en circulación que la vuelva inapropiable; capaz de incluir como sujetos de habla en la conversación argentina y latinoamericana a amplios sectores que hasta ahora no tenían parte.
La herencia laboriosa que deja la muerte de Néstor Kirchner es la de continuar confiando en la posibilidad –para nada obvia, más bien rara– de sustituir un Estado policial por un Estado político, y la puesta en obra de una idea de República que compone ley y poder popular sin nunca desamparar ninguno de estos términos con la ausencia del otro.
* Filósofo, docente de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba.
 

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