viernes, 15 de octubre de 2010

El conocimiento: cuarto factor de la producción

A continuación re-publicamos un artículo de gran lucidez acerca del período actual, remitido por Carta Abierta La Plata a nuestra casilla de correo electrónico.
El conocimiento: cuarto factor de la producción. Economía y sociedad.
Publicado el 6 de Octubre de 2010. Por Enrique M. Martínez, Presidente del INTI.

"Esta vez no han venido con tanques, han sido acompañados por generales multimediáticos..."
(Cristina Fernández de Kirchner, Presidenta de la Nación)
Un país que aspira a construir libremente mejor calidad de vida general, debe poder contar cada día con mayor bagaje de conocimiento productivo a disposición de la comunidad.


La economía clásica, esa que desarrolló su teoría acompañando la instalación del capitalismo en todo el planeta,
establece tres factores independientes y concurrentes para concretar acciones productivas: tierra, trabajo y capital. Cada empresa resultaría de una combinación de cantidades de los tres factores, buscando una optimización de costos, que a su vez sea compatible con las limitaciones específicas de uso de cada factor.
En ese juego teórico, aparecen alternativas para un mismo fin, según se utilice mucho capital en proporción al trabajo, lo que se traduce en mucha maquinaria, o, a la inversa, mucho esfuerzo humano directo. Se habla de
industrias capital intensivas o trabajo intensivas. Las primeras generarían menos ocupación que las segundas y a su vez requerirían buscar inversores más poderosos. En ese marco, las industrias trabajo intensivas son las que atenuarían los problemas de desocupación con mayor rapidez, a expensas una menor “modernidad” o productividad, al contar con menos máquinas automáticas, como sucedería en la opción capital intensiva.
Hasta aquí llegan los habituales comentarios o análisis políticos sobre los factores de producción. Sin embargo, hay mucha más tela para cortar en esta cuestión. En primer lugar, hay que tener en cuenta el conocimiento como cuarto factor. Hace unos cincuenta años aparecieron miembros del club de los clásicos que admitieron la 
necesidad de tener en cuenta los saberes como determinantes de la producción. Primero, diferenciaron el trabajo calificado de aquel otro sin formación. Luego, con reservas infinitas, terminaron hablando del conocimiento, la tecnología, como un componente independiente, cuya presencia es condición necesaria para viabilizar un emprendimiento. Al presente, este concepto no tiene objetores firmes. Sin embargo, ni con tres factores ni con cuatro, la economía clásica o sus variantes neoliberales incursionan en la discusión que más importa: cuál es la 
jerarquía relativa de esos factores, cómo se determina la combinatoria y en qué proporción. Eso sucede porque la teoría necesita que los factores parezcan independientes, aunque la realidad del capitalismo globalizado haya establecido que el capital sea el factor hegemónico y, por lo tanto, la presencia y la retribución relativa de los otros tres no sea fruto de infantiles equilibrios teóricos entre oferta y demanda, sino simplemente determinado por el poder del capital. Las políticas públicas que apunten a hacer viables mayores niveles de justicia social
deben necesariamente tener en cuenta esta clara hegemonía actual del capital y deben tratar de condicionarla y contrarrestarla. 

En otros documentos podremos analizar las líneas de acción posibles respecto de la tierra o el trabajo, pero en este momento agregaré algunas reflexiones sobre el conocimiento, el factor recién llegado a la ecuación.

Hay varios planos de conocimiento productivo posibles. El primero es el reclamado habitualmente por muchos ámbitos empresarios: la llamada “mano de obra calificada”. Como una más de las tantas ratificaciones de la hegemonía casi brutal del capital en la sociedad moderna, se espera que el Estado sea el encargado de formar técnicamente a los asalariados industriales y se señala, por caso, el deterioro de las escuelas técnicas a fines del siglo recién concluido, como una exclusiva responsabilidad pública. Esta es una más de las discusiones
pendientes, sobre socialización de esfuerzos que luego tienen apropiación individual. Un segundo plano es el del saber abarcador, el “saber cómo” producir un determinado bien. Este constituye la esencia del factor de producción conocimiento. Las grandes corporaciones multinacionales atesoran estos saberes con particular devoción. Desarrollan componentes en sus propias unidades de investigación, los complementan con acuerdos con universidades u otros centros de creación intelectual y ponen bajo siete llaves de patentes todo logro final.
Saben de qué se trata y su importancia. Un país que aspira a construir libremente mejor calidad de vida general debe poder contar cada día con mayor bagaje de conocimiento productivo a disposición de la comunidad. Desde las industrias más simples hasta las de creciente complejidad, no habrá forma de reducir el poder hegemónico del capital que no esté asociada a conseguir que cualquier ámbito social pueda disponer de conocimiento productivo, y este tendrá que poder ser incorporado al propio tejido, sin depender sólo de la vocación de algún
inversor por comprar ese conocimiento en algún otro lugar y luego “generar empleo” allí. Esta es una responsabilidad pública. La formación de técnicos y profesionales no puede estar orientada centralmente a proveer trabajo técnico al capital. En todo caso, esa debe ser sólo una opción entre varias. Los otros caminos deben incluir tanto a las universidades como a los organismos del sistema de ciencia y tecnología argentino, con una mirada nueva. El conocimiento, en tal caso, será realmente un factor independiente del desarrollo nacional y
no un elemento subordinado que se aporta por demanda a quien lo incorpore a una ecuación de costos y compare esa posible provisión local con los costos de la casa matriz o con los de importar los bienes terminados desde China, o a quien simplemente tome la decisión de mantener el bloqueo sobre el conocimiento, a partir de más y más patentes inscriptas en el mundo central. 

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